Por: Sujeta Poética.
En 2024 inicié mis viajes serios a cementerios; y escribo ´serios´ porque de niña, cada sábado, mi abuela y sus hermanas me llevaban a visitar sus muertos. Qué dichosos eran los paseos por el Cementerio Municipal de Sevilla, Valle: con mi hermana y mi prima soplábamos dientes de león, buscábamos al pájaro carpintero que vivía en uno de los árboles y, por suerte, mis tías no veían ningún problema en que corrieramos sobre las tumbas y jugaramos entre pasillos de osarios y olor a floristería.
Fotos del cementerio de la Recoleta, Buenos Aires, Argentina.
El año pasado volví, después de mucho tiempo, al cementerio de Sevilla. Estuve primero en un lote que queda al frente y que me daba mucha curiosidad de niña, pues no entendía cómo era eso de que a la gente se la enterraba en cementerios diferentes de acuerdo a lo que hubiese hecho o hubiese creído en vida. Luego, el cementerio principal se abrió ante mí como un recuerdo desvaído y, por tal razón, idealizado.
Qué pequeño era en comparación con el cementerio de mis recuerdos, donde jugaba con cierto temor de perderme entre los osarios que se alzaban a mis lados como un laberinto. Regresé allí porque los libros de Mariana Enriquez -en especial Nuestra parte de noche- aparecieron reveladores en una época en la que me sentía tremendamente sola y perdida, así su sol negro fue faro por esos días. Meses después, en Buenos Aires, el cementerio de La Recoleta se convirtió en obsesión, en destino fijo e inamovible. Mi tía Ángela, con quien paseaba por esos días, me acompañó después de mucho insistir y, aunque no estuvo muy a gusto en el lugar, me tuvo paciencia y esperó a que yo caminara expectante fotografiando cuanto veía.
Acudir a un cementerio como caminante implica moverse viva en un espacio de muerte. Hacer una crónica de eso es doblemente una contradicción: la crónica, que intenta constatar el tiempo, se ve situada en el más grande vacío temporal, con la eternidad durmiendo bajo los pies de quien la escribe. Esto hace Mariana Enriquez en Alguien camina sobre tu tumba, un libro de crónicas sobre sus viajes a cementerios en diferentes lugares del mundo: nos confronta con la vida y la muerte como estados vinculados a través de cementerios, lugares construidos y mantenidos por vivos para recordar la muerte inminente. Bóvedas simétricas y organizadas con sus cadáveres dispuestos en orden geométrico, lápidas que brotan de la tierra anunciando una vida oculta de gusanos y tierra. Estatuas sensuales y andróginas, blancas y de redondez perfecta, parecen burlarse de los cuerpos deshechos y esqueléticos que pisan. Experiencia mortuoria que acentúa la belleza de lo inerte.
Alguien camina sobre tu tumba mientras siente el sol implacable sobre sí. Su figura expuesta ante la luz bonaerense del mediodía -el calor es letal, apenas termina el verano-, su figura arriba, erguida, y abajo tumbas, mausoleos, osarios, entrañas. Una silueta precisa y consistente, sudando y respirando bajo la luz solar, con los pies doloridos de andar, sobresaltada por la experiencia estética de ver belleza en la muerte, camina sobre tus huesos fríos, todos iguales. ¿Sabrá que algún día será tan desconocida como tú, que será solo polvo y huesos. Nada?