Por: Sujeta Poética.
Recuerdo la primera vez que escuché a Lana del Rey. Youtube reproducía High By The Beach, de su más reciente álbum Honeymoon, era 2015 y yo entraba a la complicada etapa adolescente que ella tan bien ha sabido describir en sus canciones. Desde esa primera vez la amé. La melancólica sensualidad de High By The Beach me atrapó, y hoy, diez años después, Elizabeth Grant continúa siendo mi cantante favorita.
Las canciones de Lana están plagadas de una incontrolable pulsión de muerte. Ha sabido tomar el cliché de adolescente deprimida, desbaratarlo, y transformarlo en un modo de habitar el mundo a través de su música. El deseo, la violencia, la fragilidad y el amor que desgarra rodean sus letras que sangran, porque son reales y están vivas.
El pop oscuro de Lana del Rey ha incomodado a muchos. Si bien hoy es una artista referente, en sus inicios fue criticada porque sus letras romantizan la violencia, no son políticamente correctas y distan mucho del feminismo. Lana canta sobre excesos, autolesiones, la vida salvaje y libre, la rebeldía de habitar el dolor.
Y esa es la marca que ha dejado Lana en la industria musical: no ha intentado nunca entrar dentro de lo políticamente correcto, no se ha interesado por cantar modas o reproducir los mismos sonidos pop donde cada canción suena igual que la otra. Su empresa siempre ha consistido en ser ella y escribirse a ella, nada más.
Me alegra haber crecido junto a Lana. Hoy cumple 40 y sus últimos álbumes reflejan a un cantante madura con una poética consistente dentro del desastre y la desazón que retrata. Lana sigue cantando su tristeza con el brillo de quien sobrevivió a sus peores tiempos y los escribió.